En una ocasión en una de mis visitas a los enfermos en el hospital una paciente me hizo una pregunta: ¿porque haces esto? ¿Por mí o por ti? Por un momento quede en silencio pensando que era obvia la respuesta, sin embargo, me puse a pensar detenidamente aquella pregunta y encontré que el más beneficiado en esas visitas sorprendentemente era yo mismo.
Entonces porque pensamos con frecuencia que hacer el bien a otros es lo mejor para el otro. Las personas unidas en la enfermedad y en el dolor frecuentemente experimentan el gran valor de la vida en donde encuentran que el verdadero sentido de sus vidas gira en torno a su familia y al amor que han podido dar.
En una ocasión leí una reflexiva frase: “El tiempo que se pasa junto a un enfermo es un tiempo santo “ciertamente ya que pueden ser testigos vivientes del sufrimiento que el mismo Cristo experimento un día.
He aprendido que cuando se está con un enfermo, no hay ni debe de haber nada más importante, que toda mi atención, mis pensamientos, mis palabras y mi presencia en ese momento son solo y únicamente para ellos. No importa cuánto o tanto tenga uno pendiente, pero en esos momentos donde la angustia, el dolor o la soledad está presente en ellos, nada puede ser más relevante. En ocasiones con tan solo escucharlos se hace mucho bien.
Siempre cada caso aun siendo el mismo padecimiento es diferente, es Único. Cuando acompañamos a un enfermo podemos ser su voz, sus pies o sus manos, la fusión alivia, consuela y abraza. Es un gran alivio saber y sentir que en momentos difíciles como en la enfermedad o en el dolor no estamos solos, sentir la presencia de un familiar, de un amigo o tal vez de un extraño que en ese momento se une y comparte nuestro sufrimiento, estos son los momentos de luz, las caricias de paz que valen la pena compartir con cada persona.
Jesús nos enseña claramente con su ejemplo que los más necesitados, los marginados, los pobres, los enfermos, los débiles, los que consideramos despojos de la sociedad son ellos en los que ha puesto su mirada y ama con especial predilección. ¡Cuanto amor! Qué ejemplo de valentía y de compasión por el prójimo. Pues no son los sanos sino los enfermos los que necesitan las medicinas (mateo 9:12) refiriéndose a los más necesitados que son los que requieren ayuda. Esa ayuda que puede ser un gesto de generosidad, una compañía en momentos difíciles, un consejo o simplemente nuestro silencio y respeto sobre todo cuando son tan diferentes a nosotros “ Los sanos “.
En ocasiones a un enfermo ya no le queda tanto tiempo para escuchar frases bonitas frases poéticas o falsas esperanzas; ya no hay tiempo para mentiras, preguntas o anécdotas tan solo busca y necesita paz.
Hacerle saber que cuenta con nuestra presencia y con nuestra oración. Ayudarlos a mantener la calma y difuminar ese miedo que se apodera al acercarse el momento de su partida. Toma su mano, toca su frente y hazle saber que dios en su infinita misericordia tendrá un espacio para ellos.
Recuérdales que la promesa de resurrección no es un cuento y que con nuestra sincera oración pueden irse en paz.
Que privilegio poder acompañar a una persona en el último tramo de su vida. Está en nuestras manos ayudar y amar a un enfermo como Cristo lo haría, que mayor alegría de tratar al prójimo como muy seguramente algún día nosotros seremos tratados.
Rafael Couoh Silva
Integrante del equipo diocesano de la pastoral de la salud