El más inocente, sin protección

Pastoral de la Salud

Algunos, equivocadamente, consideran una desgracia que el acto sexual esté conectado con la procreación. Y así se llega a hablar del hijo no deseado, aunque sea la voluntad de Dios. “Una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y un concepto egoísta de libertad ve en la procreación un obstáculo para el desarrollo de la propia personalidad, así, la vida que podría brotar del encuentro íntimo y sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada”.

Ante este panorama surgen serias interrogantes: ¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar al más débil e inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando algunas dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta dignidad?

La nueva vida humana no es un puñado de células; no es una parte más del cuerpo de la madre, sino un nuevo ser que se desarrolla a sí mismo. Y, aunque la madre esté enferma o haya sido violada, el embrión o feto no es un injusto agresor ante el cual ella deba defenderse.

Por otra parte, se argumenta que se debe legalizar el aborto por razones higiénicas, sobre todo para evitar los abortos clandestinos, que ponen en peligro a la mujer. Sin embargo, como es evidente, ningún aborto puede considerarse higiénico, ya que siempre causa daños severos e irreversibles. Actualmente, en los lugares donde se ha legalizado el aborto, han aumentado los clandestinos, con tal de no quedar registrados en las clínicas autorizadas.

Los médicos y legisladores no podrán eludir en sus intervenciones las consecuencias físicas más frecuentes en las mujeres que abortan, como son: infecciones, hemorragias, perforación del útero, esterilidad y, a veces la muerte. Además advertirán de las inevitables secuelas psicológicas, como son: depresiones, inseguridades y autorreproches.

En efecto, el aborto es un crimen que no puede ser aceptado por ninguna ley e institución y aunque, por alguna razón no se castigara, no dejaría de ser un crimen. En diversos ambientes se habla hoy solamente de despenalizar el aborto, lo cual equivale a que el Estado renuncie a castigar a los que cometan esa acción criminal.

La ley humana, aunque renuncie a sancionar a un criminal, no puede declarar inocente al que actúa contra la ley natural. Y el Estado que no protege la ley natural, no cumple con su obligación de salvaguardar el bien común de la sociedad. Si no se defiende la vida desde su inicio no podrá ser defendida en su desarrollo.— Presbítero Alejandro de J. Álvarez Gallegos, coordinador Diocesano de la Pastoral de la Salud