Perdonar es un acto de sanación

Pastoral de la Salud

La sanación interior solo puede ocurrir cuando perdonamos a aquellos que nos han herido, cuando le entregamos por completo al Señor, nuestras heridas del pasado.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos que una de las acciones más difíciles del ser humano —en todas las edades, culturas y épocas— es la de perdonar y pedir perdón. Ciertamente, no surge en nosotros de manera espontánea y natural. Pero la experiencia, nos enseña que la acción de perdonar y pedir perdón siempre es terapéutica, sanadora y liberadora.

Perdonar no es olvidar. En lo personal, a mí me gusta mucho la definición de perdón de la beata madre Teresa de Calcuta, pues ella dice que perdonar no es olvidar, pues como seres humanos, tendemos a recordar aquellos episodios de nuestra vida más desagradables, y que; perdonar tendría que ser “recordar aquel ‘hecho’ doloroso, trágico, esa ofensa… con amor”.

Aún más difícil, ¿no? Pues así es, perdonar es salir de uno mismo para entrar en la lógica de Dios, venciendo el propio egoísmo, la venganza para optar por el querer de Dios, que busca nuestra salud y Salvación integral. Una persona que vive odiando con rencores y resentimientos, es una persona enferma necesitada del Médico, sí con mayúsculas; ese Médico que puede curar totalmente.

Y ¿cómo sanar esa herida, como perdonar? Ciertamente no está totalmente en nuestras manos. Para alcanzar la salud debemos ir a visitar al médico, consultarle, e informarle de nuestros dolores. Así, de la misma manera con Jesús, hay que ir a su encuentro y delante del amor, presentarle la herida, el resentimiento y decirle: “Vengo a traerte esto, ayúdame a sanar, libérame de este sentimiento, cúrame de esta enfermedad”.

El Señor Jesús definitivamente hará su trabajo de curación y salvación. Pero recuerda, al mismo tiempo que se busca el perdón de Dios, es necesario perdonarse a sí mismo para otorgar el perdón a los demás. El tiempo de la Cuaresma, es el tiempo de la conversión, el tiempo de la reconciliación. Acerquémonos a Jesucristo, Salvador del mundo, para que sea Él que cure nuestras heridas. El sana nuestras heridas enseñándonos a perdonar, perdonando.— Presbítero Alejandro de J. Álvarez Gallegos. Coordinador Diocesano para la Pastoral de la Salud