La venganza como remedio de un mal causado

Pastoral de la Salud

El deseo de venganza está presente en muchos casos como el motivo que lleva a la agresión interpersonal, incluyendo no pocas veces, el homicidio.

Las personas que han sido ofendidas con frecuencia creen que la venganza les hará sentirse mejor cuando la pongan en acción. Nada mas incierto que esto. La venganza lejos de remediar acelera el proceso de destrucción de la persona. Pues quien ha experimentado una herida causada por el daño físico, moral o emocional tiene la necesidad de ser curado, de ser sanado en su proceso interior. Tiene que aprender a amar de nuevo.

La venganza debe ser vista como una enfermedad emocional, una enfermedad del alma, es esta reacción al enojo, a la búsqueda de poner en acción el “ojo por ojo y diente por diente”.

Sabemos bien que la venganza no resuelve nada, más aun lo complica todo. Es por eso, que cuando una persona ha sido dañada u ofendida, la primera reacción es la de vengarse. Piensa, ¿cómo me vengaré? ¿de que manera puedo causarle el mismo daño que a mi me hizo?

Ante todo, si de verdad queremos buscar la reconciliación, lo primero que debemos hacer es desterrar todo deseo de venganza, alejar de nuestra mente las ideas de rencor, odio y violencia que se generan en nuestro interior. No devolver el mal con el mal, como nos enseña san Pablo, antes bien hay que vencer el mal a fuerza de bien (Rm 12,21).

Ciertamente esto se puede decir fácil, pero llevarlo a la práctica requiere mucho más que solo una buena intención, necesitamos la fuerza de la oración, de los sacramentos, de las buenas obras, pedirle a Dios el don de la Paz, esa Paz que es fruto del Espíritu Santo, y donde está el Espíritu de Dios, no puede haber violencia, ni amargura, ni destrucción.

No tengamos miedo de abrir el corazón a la acción de Dios, solo Él puede transformar los corazones, esos corazones endurecidos por la violencia que se generan en las familias, en las oficinas, en las murmuraciones y chismes de la calle, que tanto daño y mal nos hacen. Ninguno de nosotros por sí solo puede cambiar, solo Dios en su acción puede transformar las vidas de quien quiera recibir el don.

Pídele a Dios sanar, perdonar, pídele amar.— P. Alejandro Álvarez Gallegos, coordinador diocesano para la Pastoral de la Salud