Cuando la angustia se vuelve tóxica

Pastoral de la Salud

El ser humano vive diferentes sentimientos a lo largo de su jornada. Un día podemos estar felices, después nostálgicos, eufóricos, con miedos, etc. Cuando se vive de una manera extrema en un mismo día se puede diagnosticar como bipolaridad, pues ya no somos dueños del control de nuestras emociones y va más allá de nosotros mismos.

Pero aquí vamos a comentar el estado de angustia, que seguramente alguna vez la hemos padecido.

En pocas palabras, la angustia es ese sentimiento de impotencia al no poder resolver por nosotros mismos una situación.

La angustia es una emoción tóxica que nos produce malestar, nos deprime, nos hunde en el dolor, en el abandono, y mientras más la alimentemos más nos vemos hundidos y la salida se hace más difícil.

Cuando estamos angustiados solemos ver todo oscuro, nos convertimos en personas más pesimistas, más negativas, y lo peor de todo es que “contagiamos a los demás” con esta actitud.

Nuestras palabras se vuelven más hirientes, contaminamos con nuestro pensamiento negativo, todo nos parece que está en nuestra contra, etc.

La angustia definitivamente afecta tus relaciones personales, pues te hace encerrarte en ti mismo, impidiéndote salir hacia el encuentro de los demás y buscar soluciones a todos tus conflictos.

La angustia se puede confundir con la ansiedad, que suele ir acompañada de sensaciones de opresión en el pecho, pues sientes dificultad hasta para respirar pues son tantas las sensaciones de dolor y molestia que físicamente se somatizan.

Es cierto que no sabemos ayudar a las personas con angustia, pues creemos que basta decirles frases como “ánimo, todo va a estar bien” o “cambia esa cara, sonríe”, etcétera.

No, no basta, es preciso saber acompañar, que la persona sienta que cuenta con nosotros, que nuestra oración es su fortaleza, que nuestra presencia consoladora y acogedora está para hacerla experimentar la cercanía y la humanidad.

Tampoco debemos asustarnos cuando experimentamos este sentimiento, ante todo hay que preguntarse ¿por qué siento esto? ¿esto esta en mis manos resolverlo? ¿realmente puedo hacerlo yo mismo? De las respuestas a estas preguntas dependerá en gran parte nuestra salida, pues hay que buscar y dejarse encontrar para darle posibles soluciones a nuestro problema.

Y por supuesto, confiar en Dios, que Él es quien nos conduce y no nos suelta, somos su hijos, su creación y su obra perfecta. El quiere que vivamos en plenitud, que busquemos la santidad para vivir sanamente.— Padre Alejandro Álvarez Gallegos, coordinador diocesano para la Pastoral de la Salud