P. Alejandro Álvarez Gallegos
Coordinador Diocesano para la Pastoral de la Salud
“Cuaresma es tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar? Cuaresma es el tiempo de preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad. No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza. Cuaresma es el tiempo de la compasión para decir con el salmista: «Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza»; y nuestro barro —por la fuerza de tu aliento de vida— se convierta en «barro enamorado».” (Papa Francisco)
Con estas palabras inició la Cuaresma el Papa Francisco en la homilía del miércoles de ceniza pasado, unas palabras que nos recuerdan la importancia de este tiempo litúrgico para <<volver a nuestros orígenes>>, para volver a Dios con un corazón misericordioso, para tener una vida de gracia saludable en santidad.
¿Qué estamos dispuestos a hacer en esta cuaresma para “afianzar nuestro espíritu y volver a la generosidad y así proclamar la alabanza a Dios”? ¿para celebrar con alegría la alegría de la resurrección pascual?
Salgamos de la monotonía del pecado y volvamos a la paz de la reconciliación para vivir en plenitud nuestra conversión personal y comunitaria. Aprovechemos las estructuras de participación que nuestras parroquias nos ofrecen. En los centros pastorales participando como familia en las diversas actividades que nos convoquen. Las pequeñas comunidades son el espacio para vivir estos encuentros fraternos. Abrámonos a la acción del Espíritu Santo que quiere transformarnos.
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