COMO PREVENIR LAS ADICCIONES
Uno de los grades males de nuestra sociedad, especialmente entre los jóvenes, es precisamente el de las adicciones.
Se puede ser adicto a muchas cosas, no solamente de sustancias químicas. Entre las más comunes están la del alcohol, tabaco, cocaína, marihuana, etc.
Es en la familia donde principalmente se deben de inculcar los valores humanos y cristianos. Es en la familia donde debemos descubrir el tesoro de una vida saludable. Pero, podríamos preguntarnos, ¿están siendo hoy las familias semilleros de valores? Son nuestras familias lugares de encuentro donde se pondera el diálogo, el perdón y la armonía? Muchas familias carecen de espacios de verdadero encuentro. No se están dando los espacios para que los hermanos se encuentren, los papás dialoguen con sus hijos, etc.
Como sociedad y como Iglesia nos toca estar atentos a las necesidades de las familias pues todos pertenecemos a una.
El Papa Juan Pablo II intervino en el tema de la adicción en más de 360 ocasiones. Cristo ha venido a sanar al hombre cuerpo y alma. El estudio de la adicción ha contribuido a desarrollar la teología moral Católica en cuanto a comprender la culpa subjetiva. El adicto pierde el control de su vida y necesita insertarse en un cuerpo donde experimente el amor de Dios. Comprender esto ha hecho posible un mejor y más efectivo cuidado pastoral de los adictos.
El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios abordó la cuestión de las drogas en un manual pastoral titulado La Iglesia: Drogas y Adicción a las Drogas, publicado en el 2001. Desde un punto de vista moral la Iglesia no puede aprobar el consumo de drogas, explicaba el texto, porque implica una renuncia injustificada a pensar, querer y actuar como personas libres (N. 43).
El consejo decía que los individuos no tienen el derecho a abdicar de su dignidad personal o a dañarse a sí mismos. La liberalización de las leyes que controlan las drogas, advertía el consejo, corre el riesgo de crear una clase inferior de seres humanos subdesarrollados, que dependen de las drogas para vivir. Esto sería un abandono del deber del Estado de promover el bien común (No. 51).
En lugar de extender el acceso a las drogas, el manual proponía una mayor educación que enseñe a las personas el verdadero sentido de la vida y dé prioridad a los valores, comenzando por los valores de la vida y el amor, iluminados por la fe. La Iglesia también propone una terapia de amor y dedicación a las necesidades de los adictos para ayudarles a superar sus problemas (N. 53-55).
P. Alejandro Álvarez Gallegos
Coord. Diocesano para la pastoral de la salud