Calidad de vida a los moribundos

Pastoral de la Salud

“Roguemos por cuantos viven en estado de grave enfermedad. Custodiemos siempre la vida, don de Dios, desde el inicio hasta su fin natural. No cedamos a la cultura del descarte”. Este es el tuit del papa Francisco el pasado lunes, mientras que en Francia comenzaba el cese de los alimentos e hidratación de Vincent Lambert.

En el Hospital de Reims, Vincent Lambert, de 42 años, se encuentra en un estado de conciencia mínima, llamado “minímamente consciente” o “baja capacidad de relación”, debido a un accidente de tráfico ocurrido en 2008.

Después de una larga batalla judicial, el Consejo de Estado validó la interrupción de sus cuidados a finales de abril. Según su madre, Viviane Lambert —que publicó, en Plon, “Por la vida de mi hijo”— y los médicos, Vincent no está al final de su vida, sino en un estado de gran discapacidad.

El papa Francisco ha realizado ya dos llamamientos en el Regina Coeli el 15 de abril de 2018: “Oremos para que cada paciente siempre sea respetado en su dignidad y sea tratado de una manera adaptada a su condición, con la contribución correspondiente de familiares, médicos y otros trabajadores de la salud”; y en la audiencia general del 18 de abril declaró: “Me gustaría repetir y confirmar firmemente que el único maestro de la vida, desde su inicio hasta su final natural, es Dios. Y nuestro deber es hacer todo para proteger la vida”.

La eutanasia es suicidio, si se hace por uno mismo; es homicidio si se hace sin el consentimiento de la víctima; y es suicidio y homicidio si se hace por otro con el consentimiento del enfermo. Ninguna clase de eutanasia es lícita: ni la pasiva ni la activa, ni la voluntaria ni la involuntaria. “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de las personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable”.

Sin embargo, la interrupción de tratamientos médicos onerosos, riesgosos, es decir, extraordinarios o desproporcionados, puede ser legítima. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad, o si no, por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.

Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. Hay que tener cuidado de no caer en el extremo contrario del ensañamiento u obstinación terapéutica, sino aceptar, prudentemente y con auténtica resignación, la caducidad de la vida humana física.— Presbítero Alejandro Álvarez Gallegos, coordinador diocesano de la Pastoral de la Salud